PEQUEÑEZ Y GRANDEZA
Nuestra cultura nos ha propuesto como la gran meta a
alcanzar la alta competitividad, la excelencia, la altísima calidad; palabras y
actitudes que parecen ser muy buenas y en las que parece todos estamos de
acuerdo pero que nos hacen correr el peligro de deshumanizarnos de tal manera,
que los demás dejan de ser prójimos, semejantes, conciudadanos, vecinos,
hermanos, para convertirse en rivales, enemigos, oponentes, estorbos o
simplemente deshechos.
Hoy la Palabra del Señor nos
propone otro paradigma; no son las grandezas humanas, los aplausos, los
reconocimientos, los títulos nobiliarios o académicos, lo que nos hace mejores;
ante Dios lo que vale es la sinceridad de corazón y el amor efectivo demostrado
a los más necesitados.
A los ojos de Dios, las grandezas humanas puede que sean
sólo estupideces; no son los grandes de la tierra quienes son los
sobresalientes ante Dios. Las grandezas humanas, por sí mismas, no valen nada
ante Dios.
Ante Dios todos somos hijos; para
él todos somos importantes pero el se complace en el humilde... que se
estremece ante su Palabra (Is 66,2). Muchos cristianos caemos en la tentación
de olvidarnos de esta verdad y buscamos con fruición el reconocimiento de los
demás; muchos dan por sentado que ellos son más que los demás; muchos están
convencidos que los otros fueron creados para que les sirvan.
Las estructuras sociales, a lo
largo de la historia, no han favorecido la fraternidad y el servicio; por
diversas razones algunos se han creído más que otros y utilizando sea la fuerza
de la violencia, la manipulación religiosa, psicológica o económica, se han
impuesto sobre sus semejantes obligándolos a que les rindan sumisión.
Lo más
triste es que quienes nos decimos creyentes y seguidores de Jesucristo hayamos
cohonestado con esas situaciones y en nombre del mismo Señor, hayamos
humillado, despojado y envilecido a tantos hijos de Dios.
Nuestro Padre Dios nos ha dotado
a todos de grandísimas cualidades pero, si que lo entendamos claramente,
permite que experimentemos nuestras limitaciones; ante él todos somos muy, pero
muy, pequeños.
El Señor nos invita a poner todas nuestras cualidades al
servicio de los demás, pero sin arrebatarle a él la gloria y el honor; si
hacemos el bien es porque el nos da la gracia de hacerlo, haciéndonos
partícipes de esa alegría.
Como cristianos podemos seguir haciendo el mismo
camino del Señor, sirviendo al prójimo sin buscar ninguna recompensa y sin
esperar ningún aplauso. Sólo así podremos vivir la libertad de los hijos de
Dios.
Primera Lectura: Eclesiástico 3,19-21.30-31
Lectura del libro del Eclesiástico
Hijo mío, en tus asuntos
procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.
Hazte pequeño en las
grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la
misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.
No corras a curar la
herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.
El sabio aprecia las
sentencias de los sabios; el oído atento a la sabiduría se alegrará.
Palabra de Dios
Salmo responsorial: Salmo
67
Preparaste, oh Dios, una casa para los
pobres.
Los justos se
alegran,
gozan en la presencia
de Dios,
rebosando de alegría.
Canten a Dios,
toquen en su honor;
su nombre es el
Señor.
Padre de huérfanos,
protector de viudas,
Dios vive en su santa
morada.
Dios prepara casa a
los abandonados,
libera a los cautivos
y los enriquece.
Derramaste en tu
heredad,
oh Dios, una lluvia
copiosa,
aliviaste la tierra
extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios,
preparó para los pobres.
Segunda
Lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a
Lectura de la carta a los Hebreos
Hermanos:
Ustedes no se han acercado a un
monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al
sonido de la trompeta; ni han oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió
que no les siguiera hablando.
Ustedes se han acercado al monte de Sión,
ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a
la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a
las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva
alianza, Jesús.
Palabra de Dios
Evangelio: Lucas 14, 1. 7-14
+ Proclamación del
santo evangelio según san Lucas
Un sábado, entró Jesús
en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban
espiando.
Notando que los
convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
"Cuando te
conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que los convidó a ti y al
otro y te dirá: Cédele el puesto a éste.
Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te
conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te
convidó, te diga:
Amigo, sube más arriba.
Entonces quedarás muy
bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."
Y dijo al que lo había invitado:
Cuando des una comida
o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni
a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un
banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden
pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.
Palabra del Señor
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Oración
Señor Jesús, Maestro Bueno.
nos invitas a caminar contigo
por las sendas de la humildad
y del desprendimiento;
nosenseñas a no buscar
reconocimientos humanos
dejándonos embelesar
por efímeros aplausos.
Hoy nos invitas
a reconocer las cualidades ajenas
y a darte gracias por ellas.
Te pedimos humildemente
realizar nuestro trabajo,
por amor a ti y a los hermanos;
no dejes que la soberbia
haga nido en nuestro corazón
haciéndonos creer
mejores que los demás.
por los siglos de los siglos. Amén.